jueves, 18 de febrero de 2016

Porque sí.

Uno ama porque ama. No hay razones. No hay fundamentos. Sólo un irresistible deseo. Una tormenta furiosa que surge de su interior. Una corriente que discurre ante los ojos y a la que uno no puede oponerse, sólo abandonarse. “Aunque me consuma entre las llamas, aunque desaparezca para siempre…”. No hay elección: sólo un tirano dictándole su capricho a un cuerpo que inútilmente resiste. Resiste quedarse a pesar de todo, resiste volver al lugar de donde nunca debió haber partido…
Pero sí, hay indicios. Concretos. Justificaciones a posteriori de un amor que no necesita excusas ni explicaciones. Pero –seres racionales, al fin- pretendemos enumerar los motivos por los cuáles amamos.
Entonces pienso en tu calor. Ardo de saber que voy a tocarte. Tu abrazo me abrasa. En tu olor. Quiero envolverme en él a cada hora, en cada momento, respirar tu cuello. Tu carácter, que me arrasa. La mirada de tus ojos de color indescifrable. Tus carcajadas. Los besos interminables, tu lengua inquieta. Esas manos fuertes y expertas; tu toque suave. La vitalidad de tu cuerpo todo…
No te amo por eso. Pero serían buenos motivos para hacerlo.

Te amo porque te amo. Y mucho.