Una noche cualquiera de hace
casi treinta años, una ruidosa familia tipo abrió, desde adentro, la puerta del
sufrido ascensor de ese hotel eterno, inmutable, a todas luces inmejorable, e
hizo su aparición en el lobby.
La señora, hermosa mujer,
dejó el pesado llavero metálico sobre el mostrador de recepción y se despidió,
mientras el padre sostenía, con melodiosa tonada mediterránea, un diálogo con
los chicos.
- - No queremos ir al show, pá.
- - ¿Cómo que no? ¿Y que quieren hacer?
- - Quedarnos en el hotel.
- - Pero no pueden quedarse solos en la
habitación…
- -No, pá. Nos quedamos acá, abajo, con Juan Maaaanuel. Le ayudamos a atender el teléfono y dar las llaves.
El padre me mira y dice: - ¿escuchaste?
-Sí, le digo. - Dale. Después
te paso la factura de niñero
Y el tipo, grandote,
simpático, quizás en su mejor momento artístico, se acerca y con la sonrisa
enorme, me dice:
- No hay prooooblema. Total
yo le voy a cobrar al Gallego las horas extras de los nenes.
La vida de otro, desde la propia
óptica, no es una película, sino una suma de flashes. Y éste es el recorte que
tengo del señor Daniel Reyna, Sebastián, un tipo sencillo, muy simpático y
amable.
Descansá en paz, Monstruo.