Hay imágenes que disparan historias.
Los egipcios concibieron a la Tierra como un dios recostado al que llamaban Keb (Geb, para los griegos), cubierto de vegetación y a los cielos como una diosa (Nut) encorvada por el dios de la atmósfera. Para ellos Keb era el centro del Universo, que flotaba sobre un lecho acuoso, el Nun, que la mantenía a flote en medio de un mar u océano. Sobre la superficie se curvaba la bóveda celeste. Para que el cielo no cayese sobre la Tierra, estaba sostenido por cuatro pilares, situados en los cuatro puntos cardinales. A veces estos pilares eran sostenidos por cuatro montañas o por personajes mitológicos o por Shu el dios del aire y de la luz.
El pilar Djed era el símbolo egipcio representado por una columna con base y capitel. En la parte superior de la columna el capitel estaba dividido en cuatro barras paralelas. Era el símbolo del dios Osiris deidad de la fertilidad y regeneración del Nilo y representaba su columna vertebral. El vocablo djed significaba ascensión de la vida y como jeroglífico se refiere a la estabilidad. Cada nuevo faraón mandaba erigir una columna djed a gran escala para conferir estabilidad a su reinado, conforme al modelo divino. El mismo la enderezaba cuando la columna estaba tumbada en el suelo. De este modo recreaba la columna vertebral de su reino. Este acto también representaba la resurrección de Osiris en el nuevo gobernante y su subsiguiente triunfo sobre Seth, Señor del mal y las tinieblas, dios de la sequía y del desierto.
Aunque en el siglo II el astrónomo egipcio Ptolomeo ya había presentado la teoría de que la Tierra era redonda, en el siglo XV las creencias populares aseguraban que la Tierra era más o menos plana y que estaba sostenida por cuatro columnas, cuatro tortugas o cuatro elefantes. En los mapas de entonces sólo figuraban Europa, Asia y África. El océano Atlántico era un misterio... Lo llamaban el Mar Tenebroso y, según leyendas de la época, estaba poblado por sirenas, dragones y monstruos que devoraban a los marinos.
El monte Meru es una montaña mítica, considerada sagrada en varias culturas. Para los hindúes este monte está sostenido por cuatro pilastras de oro, plata, cobre y hierro, cada uno teñido de uno de los colores distintivos de las cuatro castas, el blanco para los Bramanes, el rojo para los Chatrias, el amarillo para los Vasias y el negro para los Sudras. El cielo era una cúpula sostenida por figuras femeninas gigantescas y la Tierra estribaba en cuatro elefantes parados sobre el dorso de una tortuga, la que a su vez, está equilibrándose sobre una cobra. Estos animales le otorgan estabilidad al planeta de tal manera que si cualquiera se mueve, la Tierra tiembla. Es una de las leyendas hindúes que explican los terremotos.
Una cariátide (en griego antiguo Καρυάτις) es una figura femenina esculpida, con función de columna o pilastra, con un entablamento que descansa sobre su cabeza. El más típico de los ejemplos es la Tribuna de las Cariátides en el Erecteión, uno de los templos de la Acrópolis ateniense. Su nombre quiere decir “habitantes de la región de Caria”, cuya capital era Halicarnaso, la ciudad natal de Heródoto, en Asia Menor, hoy Turquía. Sus habitantes fueron exterminados durante las Guerras Médicas y sus mujeres condenadas a llevar las más pesadas cargas. Se las esculpe a ellas, en lugar de columnas típicamente griegas, para que estén condenadas a aguantar el peso del templo.
Veo la foto en blanco y negro. Me reconozco contento, feliz. Estoy con las mujeres que la sangre me dio, las que no escogí. Mejor así, podría haber cometido el error de no haberlas elegido. Ese si hubiera sido un error no sólo irreparable: imperdonable. Estoy con Juana, Mamá, Ale y Male. Y esa imagen trae a mi mente todas estas historias, con recurrentes denominadores comunes: sostén, pilar, cuatro, estabilidad, figuras femeninas.
Ellas cuatro me hacen sentir cielo y Tierra, Osiris y faraón, monte sagrado y templo. Es decir, central e importante. Querido. Siempre experimenté eso y más aún en los momentos en que se caía el cielo, o la tierra estaba a punto de tragarme. Ellas estaban apuntalando mi resurrección y perdonando mi vanidad.
Y aún siguen ahí, sosteniéndome.
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