Un sastre. Necesitaba un profesional del vestido para disimular, poniendo mucho empeño, su pobre aspecto de espantapájaros. Sobrado de mangas y de piernas, descalzados los hombros, su siempre impecable camisa y los brillantes zapatos lustrados con amor maternal apenas podían verse, bajo los paños azules de un traje varios talles mas grande del que le correspondía utilizar. La corbata era un retazo que anudado, apenas superaba la línea del esternón. “Andá así pibe, cualquier cosa te abrochas el saco y ni se nota”. Salió del área de Ama de Llaves y rumbeó hacia la Recepción, siguiendo el serpenteante recorrido que le marcaba la mano de la encargada de la Lencería. “Suerte nene y tené cuidado”. De qué?, se preguntó. “No debe ser tan difícil ser bell boy”, pensó.
Quizás hayan sido los nervios del debut, pero caminó los amplios pasillos de lo que parecía un subsuelo, buscando una escalera que le resultaba esquiva. LAVANDERIA, rezaba el primer cartel con el que se cruzó. Por ahí no era. “Pibe no sabés leer?” Giró la cabeza y lee en negro sobre blanco: PROHIBIDA LA ENTRADA A TODA PERSONA AJENA AL SECTOR. RETIRE SU ROPA EN LENCERÍA. Explicó su condición de novato y sonriendo le indicaron el camino. Seguiría nervioso porque terminó en una especie de pecera, reducto del time-keeper, que era quien controlaba diariamente las fichas reloj del personal. La rodeó, pasó por Seguridad –a la sazón, el lugar por donde había entrado- y un señor de aspecto marcial, handy en mano sólo expresó....”Sí?”. Nueva explicación de la razón de su desorientación y nueva indicación. Del comedor de personal a la izquierda...ahí están los ascensores y en el primer pasillo a la izquierda está la escalera....es sólo un piso... , pensaba. En la escalera se encuentra con uno de sus compañeros. Parece que la noticia de que el nuevo estaba caminando como bola sin manija por el subsuelo había llegado al lobby, y lo venían a buscar...
Lo colocaron cerca del mostrador de conserjería. Detrás de él, un aparente anciano de voz chillona miraba agudamente por encima de sus gafas plateadas: era su jefe, El Conserje Principal. No tardó ni dos minutos en iniciarlo en lo que mas tarde conocería como lenguaje corporal. “Sáquese la mano de los bolsillos!”, “Enderece la espalda!”. “Levante la cabeza”, “No se apoye en el Mostrador”. “No se cruce de brazos”!. “Suelte la gallina!”. Hasta que fue adoptando la postura requerida.
El imponente lobby del cinco estrellas tenía enfrentadas la recepción y el sector de cajas con la conserjería. Parado cerca del supuesto anciano, del otro lado del mostrador, respondió dos llamados consecutivos para acompañar pasajeros a la habitación. Al segundo llamado que atendió murmullos de desaprobación recorrían el lobby y allí comenzó a entender los códigos. “Como los taxistas, viste”, le explicó Ricardo, más conocido como el Facha, un tipo con pinta y condición de canchero. Había turnos que respetar, porque había mucho dinero para repartir y la justicia distributiva tenía en este sector forma de pozo común. Algunos –el nuevo por ejemplo- no participaban en dicha vaquita, como tampoco lo hacían aquellos que la mayoría del turno consideraban gente poco apegada al trabajo o sospechada de no integrar al pozo la totalidad de las propinas recibidas.
“Que haga de groom unos días...”, fue la sugerencia de Tomás, Tomate para los amigos, uno de los mas antiguos integrantes de la dotación. El destinatario de semejante changa no era otro que él, el nuevo. La categoría profesional de groom, en vías de extinción para la época, comprendía las funciones del ayudante de telefonía y mensajería: en suma era el que repartía los mensajes y los paquetes para los huéspedes a las habitaciones. La técnica utilizada era tomar el mensaje y transcribirlo en triplicado: el original se colocaba en el casillero de la llave, el duplicado quedaba en telefonía y el triplicado, se pasaba por debajo de la puerta del huésped. Esta actividad no tenía ninguna gratificación extraordinaria: se realizaba en el mas absoluto anonimato en referencia al destinatario del servicio. Uno menos para repartir el monto del pozo .....
No era la única actividad no generadora de ingresos adicionales a la que se sometía al nuevo. En Hotel semejante, se estructuraban piramidalmente varios niveles de Dirección, y a todos ellos había que realizarles innúmeros trámites personales. A ellos dedicaba gran parte de su tiempo de trabajo, que aprovechaba para conocer las oficinas de administración, y el back de recepción, sitios al que su posición de bell boy – o mensajero, o botones - no le daba acceso frecuente.
Y los huéspedes? Aprendió el primer día a no contradecirlos. Confió ciegamente en que podía cargar también con aquella bolsa del free shop. Ya había montado al carro de dos ruedas tres maletas grandes y un bolso de mano, sobre el cual colocó la bolsa, que la pareja colombiana parecía empeñada en llevar consigo. El procedimiento indicaba que debía tomar los ascensores de servicio cuando usare carros, sean de dos o cuatro ruedas (percheros), cargue equipaje o no. Indicó amablemente a los huéspedes el camino al elevador principal. Puso el pie sobre el eje de las ruedas y tiró el carro hacia atrás, para iniciar la marcha hacia la puerta que conectaba al área de servicio. Y la vio deslizarse.... Tenía las dos manos ocupadas en el carro y ni sus habilidades futbolísticas fueron suficientes. La botella, despedida como un misil desde la bolsa que tanto se empeñó en llevar, esquivó su pie izquierdo y fue a dar contra el suelo, estallando y esparciendo su contenido sobre el negro y encerado mármol. Azorado, levantó la vista y vio al colombiano que retornaba meneando la cabeza, para ver como su presagio se había cumplido fatalmente. “Niño, te dije que yo lo llevaba. Acabas de romper una preciosa botella de pisco chileno y ya no la podré conseguir”. El aparente anciano también meneaba la cabeza, mientras en sus labios se leía como repetía un adjetivo descalificador, típico argentinismo de tres sílabas.
Entregó el equipaje, acción que la pareja colombiana no agradeció. Rojo el semblante, decidió que había sido suficiente por el primer día. Bajó y preguntó si había más mensajes para repartir. Y sí, había.
No hay comentarios:
Publicar un comentario